Hace un tiempo publiqué una serie de artículos en mi página web en donde, creo que con un grado de éxito razonable, desmonté los mitos y estereotipos que existen sobre los líderes experimentados, y sobre su idoneidad para acometer proyectos empresariales en el mundo industrial, en cualquiera de sus vertientes.
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Los mayores de 45 años constituyen más del 48% del total de demandantes de empleo. Tener más de 45 años y estar en el paro es mal asunto, y más en España.
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De las 3.831.200 personas apuntadas a las listas del paro, 1.845.000 tienen más de 45 años. Y de ellos, 616.00 llevan más de dos años apuntados.
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A todo lo anterior hay que sumar 1.200.000 personas de más de 45 años afectadas por ERTEs, que no se consideran demandantes de empleo parados, porque se espera que recuperarán el trabajo una vez que pase la crisis económica en la que nos está sumiendo la pandemia del Covid.19.
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Todo lo anterior significa que más de 3 millones de personas de más de 45 años están atravesando serias o muy serias dificultades laborales, en muchos casos, casi irreversibles.
Lo peor de todo lo que acabo de indicar es que esto no es nuevo. Fue igual o parecido en la pasada crisis, la financiera de 2008, sin que parezca que esto haya despertado ninguna conciencia en quienes dirigen el país, quienes contratan recursos, en definitiva, quienes toman las decisiones sobre el futuro de estas personas.
Es cierto que hay iniciativas e incentivos, como los 1.500 € más desgravaciones fiscales por contratar a personas de estos colectivos. Pero no son más que parches. Sin políticas de empleo, itinerarios de formación, etc., poco o nada se va a conseguir.
Hay que reconocer que esta situación desmotiva a cualquiera. Es importante hacer pedagogía en este punto con esas personas que sufren lo que sin duda es un drama personal y familiar en los planos psicológico y económico.
Los expertos indican que una de las razones que sucede con estas personas es que cuando salen de una experiencia laboral, con unas condiciones determinadas, pretenden en muchos casos encontrar otra oportunidad replicando lo que tenían en la experiencia anterior. Y que en esa línea, es importante convencer a esas personas que un salario se adquiere desde la demostración del valor que aportas a una compañía, y no tienen nada que ver con la edad del trabajador, sino con su eficacia y competencia.
Personalmente, no estoy de acuerdo con esta línea argumental. Me parece que es poner el foco donde no debe estar. Es posible que esto suceda al principio, cuando la “cruda” realidad no es vista como tal por el afectado. Pero dudo mucho de que esto siga siendo así cuando la realidad de los hechos se impone, el tiempo va pasando, y el afectado ve que nada sucede, que nadie le llama, que la angustia de su situación se incrementa, y que comienzan los miedos y la incertidumbre. Y sobre todo, que toda esa situación hay que gestionarlo con una actitud resiliente y proactiva.
Desde luego, para un país, la pérdida de toda esa inteligencia que atesoran estas personas es un drama como nación y como sociedad. Un drama que tardaremos muchos años en recuperar, quizás toda una generación, y estoy convencido de que lamentaremos hacer actuado de esta forma con este colectivo. Una vez más, estamos a la cola de los países desarrollados, en donde la experiencia y todo lo que ello conlleva, proporciona un status profesional altamente valorado.
Las razones ya las expliqué y combatí en esos artículos anteriores. Por tanto, no es eso lo que me trae aquí en este momento.
De lo que quiero hablar es de la inteligencia que se queda por el camino, del capital intelectual de los líderes experimentados.
Hemos asistido, o más bien todavía estamos asistiendo, al culebrón de las elecciones en EEUU, sin duda todavía el país más poderoso del mundo, no sólo por su influencia y poder económicos, sino también por lo que representa en el tablero geopolítico internacional.
Si esto es así, no es difícil colegir por qué al presidente de esa nación le llaman, “el hombre más poderoso del mundo”. Simplemente, porque lo es. Porque con y de sus decisiones, su intuición, su instinto a la hora de tomar esas decisiones, su preparación y otros muchos atributos personales que se nos podrían ocurrir, dependemos en mayor o menor manera los habitantes de este planeta. Al menos, una gran parte.
Pues bien, los dos candidatos que se han presentado, Joe Biden y Donald Trump, tienen 77 (el 20 de noviembre cumplirá 78) y 74 años respectivamente. Una edad en la que muchos de nosotros llevaremos, en el mejor de los casos, unos cuantos años ya disfrutando de nuestra más que merecida jubilación.
Visto eso, las preguntas que nos deben venir a la mente son las siguientes o de similar tenor:
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¿Qué hace a una persona de esa edad estar cualificado para un puesto de ese nivel en EEUU?
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O lo que es lo mismo, ¿por qué, como ha sido en caso de Biden, un partido político pide a una persona de casi 78 años que se presente a unas elecciones a un cargo como ese, en los EEUU?
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¿Por qué, sin embargo al otro lado del atlántico, esta situación no sólo sería del todo impensable, sino que se desprecian esas mismas cualidades o similares, y se les envía, con 30 años menos a engrosar las filas de paro, casi “ad aeternum”?
La respuesta, partiendo de la base de que los ejemplos están basados en personas que presentan un razonablemente buen estado físico, sólo puede de una manera: allí se valora lo que se llama la inteligencia cristalizada, mientras que aquí se hace lo mismo, pero solamente con la inteligencia fluida.
Siguiente capítulo: Segunda parte – Inteligencia fluida e inteligencia cristalizada.