Cuando un líder se enfrenta con problemas que están al alcance de sus habilidades y conocimientos, no se siente en la necesidad de tener que recurrir a su carácter, a su coraje, en definitiva, a su empeño por conseguir el logro de sus metas incluso en circunstancias poco alentadoras. El coraje debe hacer su aparición cuando el conocimiento y la habilidad se encuentran desafiados al máximo.
No existe líder sin carácter. Los conocimientos intelectuales y emocionales, las habilidades adquiridas con experiencia y tenacidad, capacitan al individuo, pero para ser líder no es suficiente; además, se necesita el coraje que finalmente determina el logro de las metas. Y cuando el escenario se presenta duro y complicado, cuando el partido se juega en competiciones importantes y en momentos difíciles, es donde aparece el verdadero líder.
El líder surge para tomar decisiones incómodas y evitar el agasajo y la comodidad de hacer lo que quieren los demás, y en cambio, ceñirse a lo que es correcto hacer. El líder, por muchas razones que tenga, nunca abandona cuando las cosas se ponen feas.
El líder es aquel que como la cometa vuela más alto con el viento en contra. El que quien cuando hay una tormenta, no escapa de ella, sino que aprende a “bailar bajo la lluvia”. Y consigue hace que quienes le rodean, sus organizaciones, hagan lo mismo. Algunas (hay más) características más del leader sobradamente conocidas son:
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Su capacidad de adaptación.
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Su continua disposición al aprendizaje.
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Su apertura de miras.
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Su anteposición de los objetivos colectivos a los individuales.
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Pensar de forma diferente, “fuera de la caja”. Capacidad de innovar.
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No siempre son “los mejores de la clase” en cuanto a rendimiento, pero si son los mejores en llevar la empresa al lugar en donde ésta prospere.
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Son siempre considerados altos potenciales, porque siempre están en condiciones de llegar a más.
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Hacer que la organización funcione como un todo hacia un objetivo común.
- Son resilientes, convierten los desafíos y problemas en oportunidades y salen reforzados de ellos.
Y sobre todo, es aquel que está en permanente actitud activa hacia el cambio, hacia la transformación de las organizaciones. El que entiende que lo que define la inteligencia de las organizaciones es la capacidad de cambiar.
Y para ello, en los momentos que nos están tocando vivir, yo reivindico el valor de la experiencia. Contrariamente a lo que ha sido tradición en nuestro país durante mucho tiempo, en donde importaba más el coste y la edad en el carnet de identidad que la capacidad de afrontar el futuro, y que ahora afortunadamente comienza a cambiar, en este caso sí que la experiencia es un grado.
La juventud posee cualidades que aquí no vamos a descubrir. Estamos ante la generación mejor preparada de la historia, y la que viene todavía lo será más. Y así, en su continuo empeño y objetivo por mejorar, la humanidad seguirá creando nuevos y grandes profesionales, magníficamente formados, que serán los nuevos líderes del futuro.
Pero vivir de buenas a primeras una crisis como la que tenemos con un líder primerizo y poco experimentado es, en mi opinión, y con las honrosas excepciones que toda generalidad conlleva, un error. La primera crisis de un líder debe pasarse en la trinchera, incluso en segunda fila si se quiere, viendo y aprendiendo de cómo y de qué manera se hacen las cosas, y también por supuesto, de qué manera no deben hacerse (a veces tan importante como lo primero).
Todas las crisis son diferentes, pero tiene muchos puntos comunes. Y tener una experiencia previa, un guía, una metodología que haga confeccionar una hoja de ruta para el líder y su organización, es un elemento de valor incalculable que no solamente, pero sí mayoritariamente, se consigue con experiencia, con haber pasado por esas situaciones antes, y haber salido de manera exitosa, o por lo menos airosa de ellas.
Ello da una seguridad que permite no dudar cuando lo que toca son certezas, dar seguridad a la organización y transmitir confianza y calma de que siempre, cuando hay tormenta, después escampa, de que no hay situaciones de bonanza económica permanentes, pero tampoco las hay de crisis eternas. Se sale, y si hacen las cosas bien, se sale reforzado y mejor.
Nadie tiene varitas mágicas para nada, y menos para afrontar una situación como la que tenemos por delante. Pero insisto en lo que he dicho antes: nos toca acertar. Y yo no veo otra forma que hacerlo con líderes que:
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Saben lo que hacen. Tienen trazada una hoja de ruta clara y la siguen con determinación.
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Se cuestionan permanentemente el status-quo.
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Aportan soluciones.
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Aglutinan a la organización en torno a ellos, transmitiendo calma, seguridad y certezas.
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Tienen coraje, es decir, saben sacar sus mejores características en situaciones complicadas.
Y para ello, considero necesaria la existencia de una experiencia previa, de haber vivido en primera línea situaciones similares y haber salido de ellas de manera exitosa. Combinado con las características (y otras más) de las que hemos hablado en los puntos A a I, estamos ante una propuesta de líder más que interesante.
Todos sabemos que estamos ante un reto sin precedentes. El Covid.19 lo ha transformado, si no todo, sí al menos muchas cosas. Muchos procedimientos, muchas formas de hacer, de comportarse y de pensar. Los caminos que elijamos seguir en estos momentos son vitales. No podemos jugar con fuego. Por eso la experiencia y la calma de los perfiles senior son valores en alza. Y más que lo deben seguir siendo.
Es importante que el barco y sus navegantes conozcan el puerto al que navegan. Siempre habrá contratiempos, oleaje, e incluso tempestades. Pero el rumbo debe estar claro, y el destino debe ser conocido y asumido por todos. Y si esto siempre es lo más importante en una organización industrial, ahora lo es más que nunca. Y el líder experimentado lo sabe mejor que nadie.